INTERESANTE

Ayer estuve en la Feria del Libro. En el stand de la editorial Norma firmaba ejemplares Paula Bombara. Me acerqué y charlamos un rato. Ella me contó que la imagen de tapa de su novela El mar y la serpiente es una antigua foto suya. Ahí se ve una nena de unos siete u ocho años, con el pelo corto, sentada junto a una biblioteca, leyendo un libro grande del que se distingue una página con muchas palabras y un dibujo sobre el margen. Paula dice que ella conserva muchos libros de su infancia, pero no ese que está leyendo en la foto, y que hasta el momento ni ella ni su familia pudo recordar o descubrir cuál es.

Yo casi no conservo libros de mi niñez. Mis padres nunca fueron muy apegados a los objetos. Los libros para chicos, una vez que mi hermano y yo crecimos, pasaron a otras manos, a otros chicos. Me acuerdo por ejemplo de una colección de cuentos clásicos hechos en cartoné e ilustrados con fotografías. En la tapa, justo en el centro, tenían pegado un holograma. (Creo que esa fue la colección que más tiempo sobrevivió en casa de mi madre, y por eso la recuerdo tan bien).

Hace poco, ordenando mi biblioteca y seleccionando material para regalar, donar, vender, cambiar, encontré los libros ¡Ajá!, y Paradojas ¡Ajá!, ambos escritos por Martin Gardner. Fueron un regalo de mi papá cuando yo tenía diez u once años. La edición es de comienzos de los años 80, preciosa, en papel ilustración, en un formato infrecuente, grande, casi cuadrado.

Ambos son libros encantadores, llenos de acertijos, paradojas y juegos que involucran distintas áreas de la matemática, y que buscan estimular lo que Gardner llama “reacciones ¡ajá!”, o lo que luego, creo, se conoció más ampliamente como “pensamiento lateral”. Dice Gardner en el prólogo de ¡Ajá!:

“En psicología experimental es clásica la anécdota de un profesor que pretendía estudiar la capacidad de los chimpancés para resolver problemas. A ese fin, colgó un plátano del centro del techo, a suficiente altura para que el mono no pudiera alcanzarlo de un salto. En la habitación no había más que unas cuantas cajas de embalaje dispersas al azar. El experimento consistía en ver si a una damita chimpancé se le ocurría apilar primero las cajas en el centro del cuarto y luego encaramarse a ellas para coger el plátano.

La chimpancé se sentó tranquilamente en un rincón, observando cómo el psicólogo colocaba las cajas. Estuvo pacientemente esperando hasta que el profesor cruzó el centro e la sala. Cuando este pasó exactamente por debajo del plátano, la chimpancé se le subió de pronto al hombro, dio un salto y atrapó el plátano.

La moraleja es esta: problemas que en apariencia son muy difíciles pueden tener soluciones sencillas e inesperadas (…) Estas corazonadas, ocurrencias súbitas que resuelven un problema con elegancia y brevedad, se llaman ahora en psicología ‘reacciones ¡ajá!’. Parecen como llovidas del cielo (…) La inspiración repentina, la pirueta mental que de un chispazo ‘ve’ como resolver con sencillez un problema, es algo totalmente distinto de la inteligencia general. Estudios recientes muestran que personas dotadas de gran capacidad ‘¡ajá!’ son todas ellas inteligentes hasta niveles moderados, y que, a partir de tal nivel, no parece existir correlación entre elevada inteligencia y pensamiento ‘¡ajá!’.”

¿Qué es, entonces, ser inteligente? Y también, a propósito de estos recuerdos: ¿qué relación hay entre la inteligencia y la memoria?

Muchos de los acertijos y problemas de los libros de Gardner eran demasiado complejos para mí a los diez años, y lo siguen siendo.

Creo que en mi infancia, por una serie de motivos diversos, me hice la idea de que era muy importante destacarse de los demás, que la inteligencia era la herramienta adecuada para hacerlo, y que una persona era mejor que otra si era más inteligente. Desde entonces, la posibilidad de equivocarme, de perder, de jugar, de divertirme, quedó por mucho tiempo, infelizmente, “fuera del plan”.

He aquí una paradoja del libro de Gardner:

“Hay personas interesantes. Otras no destacan por nada especial.

Un futbolista: Yo pertenezco a la selección nacional.

Un músico: Yo sé tocar la guitarra con los dedos de los pies.

Señor Corriente: Yo no sé hacer nada que valga la pena.

Tenemos aquí las listas de todas las personas corrientes (Sr. X, Sr. Y, etc.) y de todas las personas interesantes (Albert Einstein, John Lennon, etc.).

En algún lugar de la lista de personas corrientes se encuentra la persona más anodina del mundo. Pero eso justamente la hace muy interesante. Tendremos entonces que trasladarla a la otra lista.

Señor Supercorriente: Muy agradecido. Ahora habrá otra persona que sea la más común de todas, convirtiéndose así en interesante. Al cabo, todo el mundo acabará por ser interesante, ¿no es verdad?

Esta divertida paradoja es una variante de la “demostración” de que todo número entero positivo es interesante (…) ¿Es la demostración válida o falaz? Al trasladar la segunda persona a la lista de interesantes, ¿volverá a ser nuevamente la primera una persona vulgar, o continuará siendo interesante? ¿Puede decirse que toda persona es interesante en algún sentido, porque es la más común de ciertos conjuntos especificados, al igual que todo entero es el mínimo entero de conjuntos especificados? Si todas las personas (o todos los números) son interesantes, ¿queda desprovisto de sentido el adjetivo interesante?

Lo interesante para mí: que, de todo el libro, sea esta una de las pocas paradojas que recuerdo de memoria.

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