Diario del Huevo. 11/01/2011. Volví de Córdoba. No vi platos voladores, pero igual la pasé muy bien. Nadé en el río, como les gustaba hacer a Tom Sawyer y Huckleberry Finn, esos vagos a los que ahora, en una nueva edición, algunos quieren hacer decir menos "malas" palabras, según leí ayer en esta nota. (Eso a pesar de que Mark Twain, el padre de los muchachos, dijo hace ya muchos años que "la diferencia entre una palabra casi justa y la palabra justa no es una pequeña cuestión; es como la diferencia entre una luciérnaga y la luz eléctrica”).

Estimo que hoy, a cientoveintipico años de su primera edición, Hucklberry Finn sería impublicable como literatura infantil. ¿La historia de un chico, hijo de un borracho violento, que deja la escuela, vive en la calle y hace un viaje en pelotas arriba de una balsa, en compañía de un negro esclavo? Imposible.

Pero bueno. También fue Mark Twain quien dijo "nada necesita tanto una reforma como las costumbres ajenas"...

Ocupémonos, pues, del reino animal. El huevo ya no está en mi maceta. Ahora está el pichón. Ahí pueden verlo. Cada día un poco más grande. No creo que dure mucho más en el nido. Me gustaría ver su primer vuelo. El momento en que se echa al vacío por primera vez, sin experiencia previa, es decir, sin ninguna garantía de que la cosa vaya a funcionar.

¿Y yo? ¿Qué cosas haré este año que aún no hice nunca? ¿Qué riesgos me atreveré a tomar? ¿Qué saltos sin red daré para mantenerme vivo, realmente vivo y despierto?

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