ESTACIONES

Pánico

Lam bajó del subte en la estación Pánico. No era la estación a la que se dirigía, pero venía leyendo, se distrajo, y cuando quiso volver a subir era tarde: las puertas estaban cerradas, el subte se ponía en movimiento. El otro pasajero además de Lam que había bajado en esa estación corría hacia la salida soltando escalofriantes alaridos. A Lam se le erizaron los pelos de la nuca. Miró para todas partes. No podía moverse. "Es lógico", pensó, "soy presa del Pánico". Este razonamiento lo serenó durante un segundo. Al segundo segundo, la negra nube del Pánico había oscurecido otra vez su entendimiento. Tembló, se le puso la piel de gallina, le castañetearon los dientes. No supo si correr hacia la salida que tenía a la derecha o a la de la izquierda, si saltar a las vías y cruzar el andén o encerrase en el baño. Apretó los puños. Gritó como nunca antes, con toda la fuerza de sus pulmones. En ese momento, una nueva formación entraba a la estación Pánico. Cuando se abrieron las puertas, Lam se arrojó dentro y pronto su respiración comenzó a serenarse. Los aullidos de la única persona (una viejita) que había descendido en aquel lúgubre andén fueron quedando atrás, confundidos con el chirriar de las vías y el traqueteo del subte alejándose.

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