EL TOBOGAN Y EL PERRO, David Wapner


A la resbalada en otro tiempo le decían “tobogán”.

El tobogán de la plaza Bulgaria tenía noventa y ocho resbaladores por día.

Uno de ellos era Rebeca, una niña inolvidable.

Me acuerdo como si fuera hoy; en realidad me acuerdo de lo que me contó Rebeca hace años.

Ella me dijo que, luego de jugar con las hamacas, decidió subir al tobogán. El de la plaza Bulgaria era alto y pintado de rojo, pero por lo demás, no muy diferente al resto.

Entonces, Rebeca ascendió la escalera, peldaño por peldaño, con paso seguro, como toda una experta. Se acomodó en la plataforma, se sujetó de los pasamanos, tomó impulso y se lanzó.

A pocos centímetros el trayecto, un semáforo en rojo la hizo detener.

Aguardó paciente, mientras pasó un camión con acoplado.

Ni bien la luz cambió a verde, Rebeca reanudó su marcha.

Por poco tiempo: un cartel advertía “DESVÍO A LA DERECHA, SENDERO EN REPARACIÓN”.

Giró, pues, a la derecha, e ingresó por un camino oscuro y lleno de pozos.

Habrá hecho dos cuadras, cuando tuvo que frenar: un perro enorme se le interpuso. Era negro, con los ojos rojos. Hablaba:

–Niña Rebeca: no podrás pasar.

Los ojos de Rebeca se llenaron de lágrimas. Tomó coraje y le dijo:

–¿Por qué, si sólo estoy jugando?

Un descomunal ladrido sonó como un trueno:

–No podrás pasar… A menos.

–¿A menos qué?

El perro se sentó sobre sus patas traseras. Dijo, más tranquilo:

–A menos que repitas lo que quiero que digas.

Rebeca sacó un pañuelo de papel y se secó los ojos:

–¿Qué quiere que diga?

–Nada difícil.

–Está bien. Luego, ¿me dejarás ir?

El perro movió la cola:

–Por supuesto.

–Entonces, adelante.

Ahora el perro se paró en sus cuatro patas:

–Muy bien, repite esto: “Los perros no cantan”

–“Los perros no cantan”.

–Perfecto. Ahora: “Los perros no hablan”.

–“Los perros no hablan”.

–¡Excelente! Por último: “Los perros siempre dejan pasar a las niñas, porque son galantes y educados”.

–“Los perros siempre dejan pasar a las niñas, porque son galantes y educados”. ¿Está bien?

–¡Magnífico! Ahora sí, podes pasar. Que tengas un buen viaje.

Rebeca agradeció y continuó su viaje.

Resbaló otro techo por aquel tramo oscuro, hasta que un cartel le advirtió: “FIN DEL DESVÍO”.

Retomó entonces el tobogán principal, por el que resbaló sin incovenientes hasta el arenero.

Allí la esperaba yo.

Me dijo, sin que yo pudiese entender bien: “¡Los perros siempre dejan pasar a las niñas, porque son galantes y educados!”.

Y me contó esta historia.


Cuento publicado en Algunos son animales (Ed. Norma, 2003).

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