Diario del Huevo. 15/12/2010. Anoche mi amigo el avistador de aves no pudo venir (una pena, porque había comprado salamín, queso y vino blanco para compartir). Tampoco conseguí la cámara. Pero algo pude averiguar vía Internet, mientras daba cuenta del salamín.

Estoy casi seguro de que el pajarito es una torcaza. La torcaza es una de las casi trescientas especies de palomas que hay en el mundo. Al parecer es muy usual que aniden en balcones y patios. Son monógamas y casi siempre ponen dos huevos. (En mi maceta, por ahora, sólo hay uno). De la incubación se ocupan tanto el padre como la madre. La hembra incuba de noche y el macho de día, durante unos dieciocho días. Cuando nacen, las crías permanecen en el nido un par de semanas.

Como tiene algunas plumas apenas adheridas al cuerpo, cuando un ave de presa intenta atrapar a la torcaza, ella se deshace de esas plumas superficiales, y así zafa. Ese es su pícaro método de defensa, en el que encuentro cierta sabiduría digna de imitar. De alguna manera me recuerda a las clases de Judo que tomé entre los once y los doce años.

Por lo demás, es bastante aprensiva: anoche, cada vez que me acercaba un poco a la ventana, mi torcaza huésped salía volando hasta un alero cercano, para volver cuando yo me retiraba. Después, en algún momento, ella abandonó el nido y no regresó. Entonces me fui a la cama. Mientras yo nadaba hacia el país de los sueños, la torcaza sobrevolaba el barrio en busca de alimento. Ahora el macho está de nuevo acá, espiándome siempre con su pequeño pero potente ojito negro.

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